Rubens pinta entronizado en una silla gótica
las águilas del espaldar le imprimen sello monárquico,
es una silla digna de un príncipe,
el pintor flamenco acaricia una daga
que ostenta en el gavilán un reloj de precisión;
las horas dedicadas al oficio vuelan amortiguadas
por el áncora de rubíes.

Bruselas cierra con una tenaza
los impulsos de la vocación romántica,
y desde allí imagina a Flandes como un tapiz gigantesco
el sitio ideal para bordar la sensual gordura
de las tres gracias,
y el tono encendido
de las bacanales bruselenses.

Rubens es dueño del alcázar místico
heroico huésped que maneja la daga como un pincel;
y las heridas de cortes sutiles
vierten chorros de color veneciano,
íntimo deleite de las pupilas apagadas
la finura congénita le permite pintar
delante de los reyes.

La heráldica real está cincelada en el pomo de la daga
y enfebrecido por esta premisa excelsa,
cambia las imágenes del estandarte imperial
y pinta en su lugar una flor de nieve.

Jorge Ángel Luna Rosado
Colombia