Humboldt traspasa el equinoccio
y como flecha que se clava en una manzana,
con la precisión del mítico arquero
logra esquivar la gorra púrpura del niño
y su angelical cabeza.

Así descifra los enigmas de una botánica extraña
y es náufrago de ese ambiente selvático y huraño,
que hizo temblar a sus conquistadores;
capitán templario desafiando al océano ignoto
impulsado por el blanco velamen donde brilla una estrella roja
explorador de dédalos imposibles
húsar de algún regimiento de sabios elegidos
que en lucha incruenta le arrancan al misterio
las claves para decodificar sus oscuros pergaminos
y la resolución para cortar los nudos gordianos.

Y así desfilen en Trípoli o en la indómita jungla
donde el trópico cruel esconde sus monstruos mitológicos,
ese regimiento de húsares siempre retorna ileso;
colocando sobre el tapete la incógnita febril
de aquella insólita salida del inhóspito laberinto.

La hebilla de ese cinto refleja la heráldica del barón
el áureo cofre de su sabiduría,
era igual al anillo real de su belleza física;
los bucles rubios y la mirada teñida de azul profundo
la semítica nariz y el cutis de perla sonrosada
como un raro capricho de la naturaleza
rebasaban a la belleza seráfica
de la fémina sabiamente maquillada.

Ahora el Foro Humboldt
como núcleo del patrimonio mundial,
y guardián de la historia contemporánea;
excelso bastión cultural en el centro de
Berlín
le rinde justo tributo al ecléctico sabio
que parece presidir ese foro augusto
sentado en un sillón de tafilete rojo...
También su hermano el filólogo tiene honroso sitial
bajo la cúpula del Castillo del Conocimiento,
la rara belleza nórdica de Nefertiti
envuelta en esa policromía que sólo un artesano regio
puede coronar con creces;
y las antiguas tabletas de la escritura asiria
acompañarán allí al sabio viajero
que un día traspasó el equinoccio
con una flecha certera
en el centro de la manzana.

Jorge Ángel Luna Rosado
Colombia